“Por mi Honor prometo… Ayudar a mi prójimo en toda circunstancia”… tenía 13 años cuando hizo su promesa guía y hasta ahora sigue en pie. Es que Ethel Hurtubia nos dice que cuando era chica y le preguntaban que era ser scout, ella respondía que era una pasión. Pero ahora entendió que “ella ES scout” en amplio sentido, siendo algo que la define en su forma de acercarse al camino que ha escogido recorrer, donde las decisiones que ha tomado vienen “del corazón y de los valores que me inspiran”.
Ingresó a scout el 24 de marzo de 1990, y aunque es mala para las fechas, recuerda que tenía en un corazón de cartulina marcando el hito en su habitación: la fecha en que comenzó a vivir la aventura junto a su “amada patrulla Golondrinas”.
Tenía 9 años y encontró en este lugar una familia, donde vivir intensamente sus alegrías y sus penas. Recuerda que era muy tímida “no hablaba en público porque me ponía roja y cada vez que habían danzas rogaba porque no me escogieran”, confiesa desde Vietnam donde se encuentra en un viaje de intenso crecimiento personal, donde no hay planes diseñados y va siguiendo su instinto.
“Cuando entré a la .patrulla éramos 16 personas. Viví cosas muy lindas pero muy duras también en scout, como cuando se separó el grupo. Uno siendo niño ve que algo está pasando y en mi patrulla, después de una gran crisis de grupo terminamos quedando tres”.
“Pero esa gran crisis nos fortaleció como Grupo, hizo más fuerte el sentimiento de pertenencia, el amor por lo que hacemos, el amor por lo que creemos: el espíritu agustino.
No hablo de convertirnos en personas fuertes, sino en personas valientes que luchan juntas por un mismo ideal.
Cuando era niña, y nos enfrentamos a alguna dificultad, siempre vi a mis jefes que nunca bajaron los brazos, y después de la gran crisis los que quedaron trabajando fueron mi ejemplo.
Entonces cuando era adolescente y me salía algún desafío no me quedaba otra que ir a la pelea, a salvar lo que teníamos que salvar y a luchar por lo que creemos; y ya siendo más grande era imposible dejar que la crisis nos ganara, que destruyera algo por lo que habíamos trabajado siempre”.
Las Golondrinas
“Seguimos juntas en la patrulla, diseñando estrategias y decididas a salir adelante, creo que yo tenía 12 años cuando fui guía de patrulla. En ese período yo sentía que no era la favorita, y de alguna forma todo era super duro, pero seguí ahí al pie del cañón”, nos comenta cuando ya parece que se perfilaba la porfía que la caracteriza.
“Mi patrulla comenzó a crecer y teníamos el plan de pasarlo bien. Íbamos a campamento y decíamos ‘ya vamos a luchar y a ganar’ y luego ganaba otra patrulla porque por ejemplo, era la más alegre. Y nunca nos resultaban nuestros planes. Íbamos, al siguiente campamento y decíamos ‘ya, seamos las más alegres’ y justo ganaba la patrulla que había ganado más en los juegos.
Hasta que comenzamos a despreocuparnos y a vivir como amigas, como familia. Pasarla bien en campamento y en ciudad era la consigna”.
Hasta que llegaron los reconocimientos, cuando no los esperaban y no lo podían creer. “Un año que se hizo la premiación de ciudad de forma grupal, fui reconocida al Espíritu y la patrulla obtuvo el primer lugar”.
“Te hablo de eso porque nunca tuve la oportunidad de ser Guía de Guías, o de ser Presidenta de la Corte de Honor o tener algún premio, entonces fue muy significativo recibir ese reconocimiento cuando no lo esperábamos, ni lo estábamos buscando”.
Nace una nueva Unidad
“Cuando ya había cumplido mi ciclo en la Compañía y estaba lista para pasar al Clan, nos ofrecieron fundar una nueva Compañía: la Ana Frank.
Fundé la patrulla Quetzal y en ese momento empecé a sentir el apoyo de mis pares, pues cuando había que formar la primera Corte de Honor, me eligieron como Presidenta. No sabía que había que hacer, pero fue lindo y lo asumí con muchas ganas”.
Lo tomé como un desafío, nunca como un sacrificio, porque me iba a demorar un año más en pasar a la ruta. Era algo que estaba puesto en uno de los caminos, y decidí tomar ese.”
Reconoce que en scout le costó ser reconocida, y de alguna forma siempre tuvo dificultades en el camino, pero eso la ayudó a formar una personalidad perseverante, donde siempre trabajó duró por hacer las cosas lo mejor posible.
“Estuve un año con la Compañía, era difícil pues nosotros deberíamos haber estado en la Ruta. Éramos nosotras junto a las más niñas que venían desde las Golos, entonces era una diferencia de edad super grande y fue difícil volver a tener esa hermandad que viví en la en la patrulla Golondrinas.
Pero lo lindo, fue tener la instancia de crear tradiciones, crear algo nuevo con gente nueva, fue una hermosa experiencia y una gran oportunidad de construir en función de ir fortaleciendo el Grupo”.
Y las Quetzal, la acompañan hasta ahora, pues fue es su tótem, y es desde la Tribu dónde sigue manteniendo viva la mística del Grupo.
Autra
“Mi paso por la Ruta lo disfruté bastante, porque era distinto a lo que venía viviendo luego de tantos de Compañía, y me enamoré de esa Unidad. No me quería ir nunca, lo único que quería era que me llamaran a ser jefa en la Ruta”, señala evocando esa magia que provoca el fuego del Autra.
Ahí tuve de jefe a Álvaro Díaz, que era con quien me llevaba bien. A él le decía Jefe con toda propiedad. Era una personalidad fuerte y divertida, pero me enseñaba”.
Ethel estaba convencida, cuando cumplió su proceso que no la iban a llamar de ninguna unidad para ser jefe. Por lo anterior, fue una sorpresa cuando los llamaron como ruteros en servicio a la Manada, junto a Boris Santana, Cristian Chajar y Carlos Acosta.
En principio le idea no le gustó para nada, pues no sabía cómo sería trabajar con niños, y después de largas negociaciones aceptó tomar el desafío por tres meses.
La Manada de Mowgly
No recuerda cuántos años estuvo en la Manada, pero fue amando la Unidad. Fue Raksha y luego tomó el rol de responsable como Akela.
“No sé si lo hice bien como jefa de manada, pero hoy puedo decir que el actual Responsable de Grupo (Felipe Blanco, alias Mowgly) fue mi lobato. Eso me hace sentir muy orgullosa de él.”
Cuando asumió como Responsable de Manada, no era la que tenía más experiencia, pero el que aún estuvieran sus “jefes” en el Grupo la hizo sentir segura.
“De hecho, la primera vez que me fui sola de campamento con los lobatos, acudí en muchas oportunidades a Álvaro Díaz quien era Jefe de ruta en ese momento, para pedir consejos y sentir que podía contar con alguien que me acompañara”.
La Manada fue algo nuevo y llegaron los desafíos. “Tuve que aprender mucho, me entregué al juego de su fondo motivador y sobre todo aprendí que no tenemos que subestimar a los niños. Ellos son super inteligentes y son capaces de tener su opinión y de hacer sus cosas, solo hay que entregarles las oportunidades”.
Así nació la idea de la elección del Hermano Gris, por los mismos lobatos, figura que sigue vigente en la actualidad.
Sigamos caminando
Pero se dio cuenta que había crecido, cuando le tocó irse a cargo del grupo en un campamento de verano. Ella era Asistente de Grupo, y el responsable en ese momento – Christian Baer- solo podía ir los fines de semana por trabajo.
“Pero la Manada tenía un gran staff de Viejos Lobos, lo que me permitió estar presente y disponible para los demás jefes”. Pudo darse el tiempo de apoyar a los diferentes staff, visitarlos uno por uno y se preocupó de ser ella en esta oportunidad, la figura con quienes los demás podían contar.
“Traté de ser el jefe que es necesario cuando se está comenzando y que necesitas esa tranquilidad de saber que lo estás haciendo bien”.
Cuando sintió que había cumplido un ciclo se retiró, pero volvió cuando la llamaron a conformar el staff de la Ruta. Era su sueño desde que era beneficiaria y quiso vivir la experiencia.
Antes de volver a retirarse, pasó de nuevo por la Manada para apoyar los procesos y cuando la situación se estabilizó siguió su camino fuera del grupo, pero lo claro es que siguió siendo scout.
Caminando en sociedad: No puedo, no existe
“Siempre me sentí algo diferente al resto, todos pensaban en que estudiar, y yo pensaba en lo que quería ser”.
Su último trabajo formal, fue jefa del área comercial en una empresa. “En mi currículum siempre puse que era miembro activo del movimiento scout y siempre fue un plus para mis jefes. Hacía muchas actividades con el personal a mi cargo en formato scout, y siempre se respetó y valoró eso como mi estilo”.
Pero comenzó a practicar Yoga, y al reconocer los beneficios que percibía, siento la urgencia de compartir esos conocimientos. Y se fue a estudiar India. Tuvo que sustraerse a los prejuicios de que era difícil o peligroso, y decidió salir de su zona cómoda, e ir a la cuna del yoga.
No puedo no existe les dice a sus alumnos, “porque es algo que vivo”. “No puedo poner mi propia barrera, cuando la vida ya se ocupa de poner tantas. Si me pongo a pensar que va a ser difícil no voy a avanzar, por eso hago todo pensando en YO PUEDO.
En la actualidad, no siendo activa en el movimiento, dice que se considera scout y vive de acuerdo a los valores que aprendió en la convivencia, con la experiencia y todas esas experiencias me hacen ser la persona que soy hoy y eso no va a cambiar”.
Viajando a la raíz
“Estaba en Indonesia en una isla, decidiendo para donde iba mi camino, había ocurrido recién un terremoto en la Isla de Lombok, donde yo había vivido 3 meses”.
Toda la gente que conocía había perdido sus casas y había muchas necesidades de contención material y emocional, y decidió hacer un alto en el camino.
Se comunicó con una Balanced World, Cooperación al Desarrollo de Indonesia, ONG española que estaba en la zona, y pudo empalmar junto a ellos el apoyo que su promesa scout la impulsó a entregar.
Esta experiencia, que la dejó muy desilusionada pues no recibió el apoyo que esperaba de sus amigos cuando comenzó una campaña de recolección de recursos, también la dejó contenta por poder aportar su grano de arena en la catástrofe.
“Me sané de la tristeza por la cantidad de personas a los que habíamos alcanzado a ayudar, y seguí mi viaje por un mes a Malasia”.
Ahora está en Vietnam, “disfrutando la simpleza maravillosa de poder comunicarse con alguien aunque no hablemos el mismo idioma. Bañándome con una jarra y agua calentada a leña, volviendo a la raíz”.
Cuando la contactamos para hablar de su experiencia, nos confesó que le daba vergüenza, y agradecemos mucho su disposición a abrirnos la puerta, por que como le dijimos “hay historias que deben ser contadas”.